El hombre es un animal simbólico -decía el filósofo alemán Ernst Cassirer-pues su universo además de físico es representacional. De hecho, ¿qué es el símbolo sino un método de adaptación del hombre a su medio?. Es así como, consciente o inconscientemente, el espíritu humano se expresa a través de multitud de formas, y el arte es una de ellas…
En el caso de Fernando Varela, la aproximación estética a su obra nos sumerge en un complejo entramado de signos y de símbolos, que no sólo son expresión, sino también respuesta a toda serie de estímulos, que en su caso, reconoce, conduce y expresa a través de sus obras. Complejidades semióticas y semánticas que han quedado evidenciadas en las diversas series de los últimos años. De repente un corazón, un cerebro o una lengua -presentadas en la superficie del soporte, o construidos formal y paulatinamente a partir de elementos mínimos que mutan hasta convertirse en el objeto referenciado- nos hablan de razón, sentidos y emociones; componiendo un corpus conceptual difícil de descifrar, pues su lenguaje está y va más allá del idioma de las palabras. Se trata de aquello que vemos y conocemos y de aquello que conocemos pero no vemos. ¿Tratado de semiótica o búsqueda espiritual?, ¿autorretrato o pintura especular?, ¿hermetismo o alquimia espiritual?…
En todo caso, se da una actitud de distanciamiento de la realidad quedándose sólo consigo mismo. Quizás por ello apreciamos en su obra cada vez un mayor desapego del mundo material, privilegiando de ese modo el plano espiritual. Entre lo figurativo y lo conceptual, hay una indagación constante en lo esencial y de lo inagotable del sentido de la vida. Separados o enfrentados, hombre y mujer son representados como frágiles y etéreas figuras, reiterando con la organización espacial de la obra, una búsqueda de equilibrio entre las fuerzas femeninas y masculinas, entre lo corporal y lo espiritual, entre lo ritual y lo mitológico.
Hada Melusina, Diosa Madre o sencillamente Mujer, lo cierto es que en esta exquisita serie aparece, por vez primera, la mujer como protagonista en una de sus obras. Extraña, diferente y emblemática, resulta ésta en el conjunto de su producción. Con alo virginal, cual diosa de las aguas, aparece la mujer como dadora de vida. Mezcla de espiritualidad y sabiduría. Cuerpos, fluidos y naturaleza son leitmotiv en este corpus de obras que -con la sutileza y despliegue magistral habitual en su producción, aunado a la delicadeza del soporte papel- recoge sus más recientes reflexiones. Introspección desmedida. Catarsis de símbolos, de inquietudes, de emociones, de sentimientos. Referencia insaciable al universo simbólico, quizás para evitar confinar su universo y su espíritu, o quizás para ofrecernos, en palabras de Gadamer,