Por una interesante coincidencia, justo cuando el mundo de la cultura continúa de un continente a otro rindiéndole homenaje en el año de su centenario a Joseph Beuys, el artista-pastor-chamán-educador-terapeuta de origen alemán que en el siglo XX revolucionó el arte, el Centro León inaugura Mundos: los tránsitos de Fernando Varela.
No pocos son los elementos en común entre la manera de concebir el arte entre los dos artistas. Cada uno de formas diferentes, pero bajo concepciones e intenciones muy similares: siempre conversando y amasando desde el ingenio excepcional al alma humana. Esta exposición es una evidencia.
Cómo explicar arte a una liebre muerta; El silencio de Marcel Duchamp está sobrestimado; Me gusta América y a América le gusto yo, fueron algunos de los actos de lenguaje mediante los cuales Beuys buscaba subvertir el sentido común de la costumbre, dislocar los automatismos a los que nos somete la tradición y volver así a una estructura lógica de la razón humana, por medio del pastoreo de una estética que estremeciera los suelos y cielos de nuestros canales de percepción, desde la ironía y la paradoja. Eso transformó el arte contemporáneo, y las posibilidades de llevar a cabo una auténtica pedagogía popular y democrática.
Al igual que la de Beuys, la obra de Fernando Varela nos habla y nos convoca a transitar mundos diversos, y a sobrevivir trascendiéndolos con una sonrisa filosófica en los labios. Beuys va desde dentro hacia fuera, entrando por los instintos para formular la crítica social. Varela lo hace desde ese jardín social que nos invita a la intimidad y desde ese exterior de familiaridad llegar al jardín interior de asombros que nos habita. En ambos casos, son obras eminentemente pedagógicas y esencialmente espirituales.
La obra de Fernando Varela es un sembradío de rizomas visuales, del cual van surgiendo imágenes de sentimientos que se va abriendo en multiplicidad de pensamientos. Todo en silencio, como un esténtor de la palabra callada, que reúne cosas del mundo y las convoca a un cabildo cósmico, hurgando el alma, y haciéndola brotar ungüento de miel, grasa y fieltro. Sí, “como el musguito en la piedra, ay sí, sí, sí”.
Esta exposición recoge, como elementos de un mismo rompecabezas, la materia y el espíritu, el cuerpo, un ejercicio de movimientos donde cada pieza representa de forma inequívoca el discurso ético de una obra profundamente hospitalaria y amistosa.
La gestualidad visual de Fernando Varela procura reconstruir el sentido ecológico de nuestra naturaleza, única e indivisible, no dual. Como un curador de heridas, sus obras son de una paleta sonora extraordinaria, que se mueven como ecos de la naturaleza, y cuyos instrumentos de viento anuncian paz en discretos cánticos de libertad, mostrando la grandeza del camino melancólico de la soledad.
No es una casualidad la afinidad que manifiesta Fernando Varela con las vanguardias impresionistas y post-impresionistas de la música, que buscó modernidad en la ruptura con la tradición, volviendo coherente y hasta necesarias las disonancias. Esos Gabriel Fauré, Erik Satie, Debussy que apostaron por estructuras irregulares, por ejercicios experimentales, que, como Monet en la pintura o como lo hiciera posteriormente Celine en la escritura, le devolvieron vida al arte, cuando en un estanque academicista, iba perdiendo oxígeno la cultura.
La Fundación Eduardo León Jimenes y el Centro León sienten un especial agradecimiento por el acompañamiento de Excel en la persona de nuestro amigo y cómplice del arte Alberto Cruz por su apoyo, a Cervecería Nacional Dominicana por siempre estar. Así mismo deseo felicitar al equipo de Centro León por su entrega y la profesionalidad con que asumen cada proyecto. De manera particular quiero hacer mención del programa pedagógico que acompaña esta exposición ya que tiene la intensión intrínseca de realizar una mediación afectiva y cognitiva entre el artista y su obra con la mayor cantidad de públicos posibles.
Es para nosotros motivo de júbilo poder honrar a un artista del calibre universal de Fernando Varela, cuya obra para nuestro presente es imprescindible no solo para comprender, sino para sanar cierto bullicio de esa prosperidad incompleta que podría agobiar la esperanza. Esta exposición es un poco coser el corazón desde un taller donde solo se oyen los pálpitos, esos que irrigan sangre, esos que bombean vida. Fernando Varela borda el silencio. Y eso no es fácil de encontrar. Y, sin embargo, de urgente necesidad en este mundo, en nuestra actualidad.